sábado, 19 de septiembre de 2015

Luna de miel en Vietnam



LA LLAMADA

            Solo me han dado opción a realizar una única llamada. De apenas treinta segundos, he de puntualizar. Eso significa que no te va a llevar mucho tiempo escuchar esto. Además, el tiempo ha empezado a contar en cuanto el teléfono ha dado la señal. Si tardan en cogerlo, aún tengo menos tiempo para hablar.
            Estoy en un país de Asia y ha habido un malentendido. El funcionario de policía se piensa que soy un terrorista o algo así. Van a meterme en una celda y a esta gente le importa un comino que sea europeo, americano o australiano. Sin embargo, han sido corteses conmigo. Me han quitado el móvil, la cartera con el pasaporte y mi mp3, pero me han dejado la foto de la novia y mi cámara de fotos. Estoy repasando todas las imágenes de estas últimas semanas. Se nos ve tan felices... No me gustaría ser empalagoso pero, por algo lo llaman luna de miel. Somos una paraje adorable… Me encanta esa sonrisa que ella dedica a cada fotografía. Por eso conservo precisamente esta foto. Ella está delante de unos contenedores, en nuestra casa del pueblo, ya ves qué romántico. Sin embargo, no deja de sonreír, como si la hubieran envenenado a base de anuncios de Coca Cola.
            El caso es que van a traerme un teléfono para hacer mi llamada y están tardando un poco. He aprovechado a repasar las fotos y recordar estos momentos felices. La última fotografía es la que he hecho esta misma mañana, en la habitación del hotel. Ella estaba durmiendo como una niña buena y no se había borrado su sonrisa todavía. Estaba muy guapa. Yo he salido para dar una última vueltecita, para decir adiós a este lugar de ensueño. Me he llevado la cámara y la música. Entonces se han abalanzado sobre mí y me han traído hasta esta comisaría de película de Jacky Chan. Ahora que me han dejado a solas, con mi cámara y mi fotografía en papel, tengo tiempo para pensar en nuestra conversación de anoche.
            Hablábamos de cine, de la película que queríamos ir a ver nada más llegar a casa. A ella le apasionan las películas y yo he aprendido mucho gracias a ella. Ella nombró una vieja película del mismo director que está cosechando tantísimos éxitos este año y yo le pregunté por los actores. Sabíamos el nombre de los dos protagonistas pero no había manera de recordar al actor secundario, uno de nuestros favoritos. Aquí no tenemos Internet ni había wifi en el hotel, así que solamente dependíamos de nuestra memoria. Nada, no había manera. Y el actor es muy conocido y hace un papelón y tenías que habernos visto apretando los dientes y recorriendo la habitación del hotel dando golpes en la mesa y en las paredes, intentando dar con el dichoso nombrecito. Entonces llamaron a la puerta y era el vecino de habitación, preocupado por los ruidos. Era americano y le preguntamos por la película. El secundario de lujo era un actor estadounidense pero el vecino no tenía ni idea de cine. Solo quería dormir. Nos acostamos pero ninguno de los dos pudimos dormir. Estábamos en silencio. Yo sabía que ella seguía repasando imágenes en su cabeza, visionando internamente todas las películas en las que había actuado el tipo cuyo nombre se había evaporado de nuestros recuerdos. Yo jugaba a pronunciar en voz baja nombres americanos, cambiando sus letras, probando combinaciones. Imposible.
           
            El funcionario de policía ha vuelto con un teléfono móvil. Quiere que haga mi llamada ahora. Me ha pillado por sorpresa. Llevo diez minutos recordando la noche pasada y nuestros esfuerzos inútiles por dar con aquel actor de cine que nos encanta. Me han dado el teléfono y me han indicado en un inglés de sonido de lata en un callejón que llame ya. Estoy tan nervioso que me olvido de la cárcel, del nombre de este país asiático, del peligro en el que estoy metido y de que mi mujer, no me acostumbro a llamarla así, debe de estar durmiendo todavía, con esa sonrisa que ya no sé si voy a volver a ver. Porque he marcado un número, han tardado en responder, y cuando lo han hecho, he podido escuchar una frase y he hablado con una ansiedad que ha terminado por asustarme a mí mismo:

            -Disculpe. Solamente quería saber cómo se llamaba el actor que hizo un papel secundario soberbio en la película “Sospechosos habituales”. Tiene que darse prisa, señorita, porque no dispongo más que de unos diez segundos.

            Me ha llegado la respuesta. ¡Cómo he podido ser tan idiota! Kevin Spacey, eso es. Ahora sonrío, por fin. Ella sigue sonriendo desde la fotografía. Quien no parece estar muy contento es el funcionario. Han cerrado la puerta de mi celda y no tienen pinta de seguir siendo amables conmigo. Tenemos que ver otra vez esa película, los dos solos, en casa. Se han llevado mi cámara y la foto. Se ve cada vez menos en este lugar. Los pasos del funcionario han dejado de escucharse. Yo cierro los ojos y mi memoria proyecta las escenas de la película. Soberbia.

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