lunes, 24 de abril de 2017

Libros, autores, lectores

AUTORES DE LIBROS

                Soy autor de libros. No me importa reconocerlo. Durante todo el año los autores buscamos un rincón desde el que escribir nuestros artículos, ensayos y poemas. Todos los meses y todas las estaciones nos consagramos al oficio de contar, describir y profundizar en nuestro propio mundo. En verano, mientras los seres humanos se despojan de capas y capas de indumentaria, los escritores cubrimos de caracteres las páginas en blanco de archivos de ordenador y embarazamos cuadernos y carpetas con nuestras producciones.  En otoño se caen las hojas y nosotros, los que escribimos, las amontonamos y las cosemos con palabras. En invierno, el mundo animal se prepara para hibernar y no derrochar mucha energía. Nosotros, los autores, nos desgastamos creando fábulas y tramas, pintando personajes y estableciendo conexiones entre personajes que no existen fuera de la imaginación. En plena primavera, el día 23 de abril, florecen los lectores en las calles de nuestras ciudades y pueblos y los claveles y las rosas desfilan orgullosos y guardan los lomos y cubiertas de los libros que hemos dado a luz los autores de libros.  
                El 23 de abril vestimos nuestras mejores plumas y estilográficas y nos instalamos en una banqueta, detrás de una caseta, que ahora llaman “stand” porque todo lo extranjero suena siempre mejor que lo propio, y nos preparamos para ponernos delante del espejo de nuestros lectores del pasado, del presente y del futuro. Hablamos de nuestro trabajo, escuchamos, asentimos, aprendemos y nos emocionamos. Sin embargo, no quiero escribir aquí sobre pasiones de escritores y adoración de lectores. Como dijo Umbral, “yo no he venido a hablar de mi libro”, sino de las curiosas anécdotas que, desde nuestra muralla de libros y precios, vienen a aliviar nuestra jornada de ventas y rúbricas.

                Ayer fue 23 de abril. Desde el punto de la mañana plantaron editores y libreros sus ejemplares en los Porches. El libro es una planta de interior, que nace en rincones y no necesita de mucha luz para gestarse. El libro es una especie que oculta al ojo humano sus raíces, que reserva su fruto solamente a quien lo engulle, que está cubierto de hojas, cuyo número varía considerablemente entre sus clases. Suele plantarse a diferentes alturas, y a veces se seca, cuando no se airea suficientemente, y se cubre de polvo y de olvido. A pesar de ello, no le perjudica a esta curiosa planta la exposición al aire libre, al sol e incluso a lluvias y humedades. Suele aconsejarse, en días de Feria, trasplantar esos volúmenes y ubicarlos en plena calle, para admiración y deleite de la especie humana, especialmente de la raza lectora en general, o de esa subespecie que son los carroñeros de letras o devoradores de libros.
                Así ocurrió en la jornada de ayer. La ciudad amaneció vestida de páginas y prestó sus calles para ese desfile de modelos que no descansaron en ningún momento. Las grandes firmas de la Alta Lectura se dieron cita en el centro. Los libros se dejaron acariciar, los libreros se volcaron con sus clientes y los autores nos apostamos dispuestos a presentar en sociedad a nuestras criaturas, vestidas de domingo. Fue un día soleado, lleno de palabras y lecturas, en el que los escritores compartimos impresiones y estampamos firmas, fechas y deseos. No obstante, ya he dicho que no voy a convertir estas líneas en un canto a los libros o a la lectura. Podría convertir estas palabras en un postre empalagoso, del que siempre te acabas arrepintiendo, con lo bien que habías elegido hasta el momento con los platos… Aquí me interesa recoger algunos chascarrillos, alguna anécdota que, después de tantas horas metido en la caseta, tatúan en tu rostro una sonrisa de las que no se van fácilmente.
                En la caseta de la editorial Pirineo ocurre de todo. El Día del Libro en Huesca no nos privó de historias para guardar en la memoria. Este es el motivo de este escrito, el día después del Día de Autos en una Huesca sin ellos.
                Cristian me estaba contando una anécdota de una Feria del Libro en Zaragoza. Cristian Laglera es un autor de la editorial y sus historias no tienen desperdicio. A mí me gusta poner título a las anécdotas, y a esta historia se me ha ocurrido llamarla “El autor muerto”. El asunto es que el año pasado, una mañana, unas señoras se plantaron, como dos primeras ediciones, delante de un cartel que anunciaba que otro autor de la editorial, José Antonio Adell, firmaba libros esa misma tarde en la Feria del Libro de Zaragoza.
                –Chica, qué bien. ¿Igual vamos?
                –Pero cómo vamos a ir, mujer… Si el autor ya está muerto.
                Cristian, que asistía a aquel diálogo, no pudo menos que sonreírse. Él, que había pasado la tarde de ayer con José Antonio, acababa de presenciar el asesinato de un compañero. No sabía si poner los precios de sus libros –que no son pocos– a media asta o si dejar sus libros de despoblados y ermitas y escribir una novela al estilo de Delibes que llevara por título “Cinco horas con Adell”, recordando todas las conversaciones del día anterior. Aquella tarde, José Antonio no podía parar de reírse cuando se lo contó su compañero de firmas.
                Después de que Cristian me contara esta historia, sin darme tiempo a masticar con deleite las palabras de mi compañero, una señora se acercó para preguntar por un libro:
         ¿Tenéis el libro “Gladiolos”?
         ¿”Gladiolos”? Pues “Gladiolos” no, pero “Gladiator” sí.

                En fin, de este tipo de anécdotas, que entran en la categoría de “preguntas peregrinas” hay a patadas. Quiero recoger ahora otra anécdota, que yo pude presenciar también, y la he bautizado como “la lectora disléxica”. Estábamos ya terminando la jornada y una señora se acercó a Cristian para que le cobrara un libro que quería llevarse. Se trataba de uno de sus libros, así que se ofreció para dedicárselo.
                –Pero cómo me lo vas a dedicar tú… Tendría que estar la autora para eso.
         ¿Perdone?
                –Sí, hombre. Cristina Laglera, la autora de los libros de los pueblos despoblados…

                Cristian Laglera intentó hacer que la buena mujer leyera despacio el nombre del autor para que se cerciorara de su error, pero la señora no estaba dispuesta a pasar por allí. De hecho, pretendía conocer a la tal Cristina. Yo solamente pude dar unos golpecitos en la espalda de mi amigo y compañero de firmas. No había nada que hacer. Y así terminó la jornada aquella.
                Lo he dicho desde el principio. Los autores de libros, como los ejemplares que escribimos, salimos muy de vez en cuando a las calles y nos exponemos al aire libre para darnos un baño de lectores muy gratificante. Durante esos encuentros con los lectores, aparte de firmar e intercambiar impresiones, podemos disfrutar de esas aventuras que nos arrancan más de una sonrisa. Son arañazos de placer, empujones de ánimo, golpes a nuestros silencios y a nuestras soledades. Y,  desde luego, se nos quedan impresos en la piel y los redescubrimos cada vez que nos juntamos para otra Feria, para una presentación, o Día del Libro. Esas historietas, chanzas o jerigonzas, esos chascarrillos o jacarandas de nuestros momentos de caseta editorial, no son pintadas ni maquillajes. Estas aventuras no se van ni con mil lavados, porque somos autores de libros y algo sabemos de contar y recordar historias.

                

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