OFICINA
DE OBJETOS PERDIDOS
16:30
HORAS
En la oficina de objetos perdidos el que parecía estar más perdido era el
oficial de policía. Para el agente Orange la tarde había empezado interesante.
Tres personas se habían presentado casi a la vez, apenas abierta la ventanilla
de atención al público. No se conocían entre sí ni mostraban intención de
hacerlo, desde luego. A regañadientes, se habían sentado bien lejos unos de
otros y sus miradas perdidas seguían trayectorias que no iban a coincidir en
aquella comisaría. El policía les había dicho que tenía que consultarlo, que no
se le desesperaran, que el oficial al mando ya estaba viniendo para allá, que
no, señor, que aquí no se puede fumar y que si son tan amables, mejor se quedan
ahí sentados en la salita el tiempo que sea necesario.
Se trataba de dos hombres y de una mujer. Al agente Orange la chica le
parecía atractiva y uno de los tipos le cayó simpático. El otro individuo se
había dirigido a él de manera grosera y descarada desde el momento en el que se
asomó a la ventanilla. Los tres estaban tensos como la ropa mojada cuando está
bien tendida. El inspector jefe llegaría en cualquier momento. ¿Qué iba a
decirle el bueno de Orange? La mujer y los dos hombres, sentados a la fuerza, parecían
estar luchando interiormente por descifrar lo que fuera que los había traído
hasta allí. Orange no era muy perspicaz ni se caracterizaba por su aguda
intuición o su vasto conocimiento de la psicología humana. Su trabajo en la
policía era más de oficina que de campo. No obstante, no había que ser un lince
para averiguar que aquellas tres personas no buscaban en sus pensamientos otra
cosa que no fueran argumentos para adjudicarse la propiedad de un mismo objeto.
– ¿Me quiere usted decir, Orange, que los tres están aquí para reclamar
el mismo dispositivo? –espetó el recién llegado inspector jefe de policía a su
subordinado.
–Un móvil de última generación, con claras muestras de haber recibido un
impacto y sucio como un cubre manteles en la casa de un soltero, señor
inspector –contestó Orange, mientras ponía en manos de su superior aquel
teléfono móvil. El policía siguió al inspector hasta su despacho. Antes de
cruzar la puerta, echó un último
vistazo. La sala de espera se le antojó al agente Orange la sala de
banquetes del palacio de la desdichada Penélope. Desde que leía a los clásicos
a Orange le salían símiles como atestados.
I
La única manera de salvar mi empleo es que ese dichoso aparato deje de
existir. La jefa me la tiene jurada y no hay derecho a que venga el maldito poli
y me tenga aquí atado a esta silla y comiéndome la cabeza. Llevo un año
impecable de repartos y en la oficina me empiezan a tomar en serio. Y Rose me
ha perdonado. Se lo noto en los ojos, que le brillan cuando le suelto mis
frases. Este domingo quiero llevármela a cenar y he reservado y todo. Pero si
no arreglo esto, ni cena, ni Rosita, ni trabajo.
¿Quiénes son esos dos? No entiendo por qué tampoco los han despachado.
Este policía es bastante simple. Parece como si lo hubieran sacado de Twin
Peaks. A Rose le apasiona esa serie y le encanta que la veamos juntos. Tiene más
años que la moneda de cinco centavos pero a mí me da igual. Son ratos que aprovecho para
estar con ella. Estuvo muy feo lo que le hice hará cosa de un año. Te pusiste
nervioso y la golpeaste, es lo que me he dicho siempre. No había manera de que
se calmara, estaba histérica. Pero levantarle la mano y golpearla… Eso no me lo
he perdonado nunca, aunque ella parece que sí lo ha hecho. Es más buena…
Los demás en la oficina de Correos no son tan benévolos. La jefa está
esperando a que cometa un solo error para despedirme o relegarme, que ya es
difícil. No sé que hay por debajo de un simple repartidor pero seguro que ella
encuentra algo. Por eso tengo que arreglar lo del dichoso celular. Este envío
me va a costar muy caro. Si pudiera conseguir que el teléfono móvil simplemente
desapareciera… No tengo ni idea de por qué el idiota del policía no me lo
entrega de una vez. ¿A qué está esperando ese memo?
Esta misma mañana me encargaron esta entrega. Era un paquete para una
zona residencial. No sé por qué en este país los sietes los hacen igual que los
unos. Es la dichosa manía de no poner una rayita cruzando el palo alto. Por eso
me equivoqué. El número era el 171 de Redwood Street y yo dejé el paquete en el
número 111. Continué mi ruta y volví a la oficina para recoger mis cosas y
marcharme. Entonces leí una notita de Rose. El domingo a las once. ¿Para cenar?
No podía ser. Pero ella ya se había marchado, así que le pregunté a Frankie, en
ventanilla. Se rió de mí y me dijo que allí ponía a las 17 horas, que a ver si
me espabilaba ya, con tantos años como llevaba en este país, que si es que los
portorriqueños éramos retrasados o qué. Entonces caí en la cuenta. Había
equivocado el envío. Recordé las palabras de la jefa. Un error más, Israel, y
estás en la calle. Tenía que recuperar ese paquete antes de que fuera demasiado
tarde. Y aquí estoy. Meándome, por cierto. Me voy al servicio y así estiro las
piernas. En vista de que no me dejan fumar…
II
Ese tipo de ahí no hace más que
mirarme el trasero. Voy a dejar de pasear y sentarme de una vez y le evito la
tentación. Qué asco. Está sudando como un pollo. El policía ha sido bastante
atento pero ineficaz. Ni una explicación. Simplemente que esperara, que tenía
que comprobar no sé qué y que tenía que hablar con sus superiores. Pues bien,
al otro policía lo ha llamado inspector, así que no sé a qué espera para
devolverme el dichoso teléfono. Con solo que me lo dejen un minuto puedo hacer
que toda esta historia se borre para siempre. No necesito más que unos cuantos
segundos y no tendré que preocuparme de nada.
Siempre he sido muy impulsiva y eso
de pensar las cosas dos veces no ha sido mi fuerte. Mamá me lo ha dicho siempre
y mi primer marido opinaba igual. No es mi único defecto. Tengo una colección
entera, pero a John no le importa lo más mínimo. Es tan bueno conmigo… No le
importa que llegue tarde, que me compre más de una tontería en Macy´s o que me
olvide de responder a sus llamadas cuando estoy con mis amigas. No me lo merezco,
eso es verdad. Es tan cariñoso y detallista. Es un cielo y voy a perderlo.
Estoy convencida: va a dejarme. En cuanto descubra todo lo que le he dicho se
retirará de la escena, me dirá adiós sin un beso y delicadamente romperá
conmigo. Es horrible lo que le he hecho. Me siento sucia y despreciable.
Me han entrado ganas de llorar pero
aquí solo hay un baño y está ocupado por el chico del mono de US Postal
Service, un hispano muy guapo al que han sentado aquí también. Muy diferente al
creído de enfrente. No le ha hecho gracia que me sentara porque le he aguado la
fiesta. No es el primero al que decepciono. John puso una cara parecida cuando
le dije que necesitaba un tiempo, que quería pensar bien las cosas. Es la mayor
tontería que podía imaginar. Después, solo faltó que le llamara y le dijera
todo aquello que le dije. No contestó al teléfono pero saltó el contestador y
le dejé aquel horrible mensaje. Me siento fatal y nunca debí hacerlo. Él no se
lo merece y yo lo necesito más que nunca. Nada más dejar el mensaje me
arrepentí y corrí hacia su casa. Esperé en la calle a que saliera a correr al
parque, como cada domingo. Salió a la calle, puntual como un reloj. Suele utilizar el móvil para escuchar música y
lo llevaba en el bolsillo del pantalón. Cuando iba a saludarlo y estaba
pensando ya en una excusa para hacerme con el teléfono sucedió algo inesperado.
El móvil se cayó al suelo sin que él se percatara. De hecho, empezó a correr
como si nada. Cuando fui a recogerlo me di cuenta de que aquel móvil era nuevo.
No me había dicho que estrenaba móvil. No pude observarlo con detalle porque
aquel tipo de las gafas de sol se me adelantó, cogió el móvil del suelo y se lo
llevó consigo. He tenido que seguirle la pista al dichoso teléfono hasta acabar
en esta comisaría. Es de locos. He entrado justo después del tipo de la camiseta sudada y la mirada sucia. Hubo un momento en que he pensado que iba a perderlo.
En cuanto salga ese policía voy a conseguir que me devuelva el móvil y
voy a borrar mi desafortunado mensaje. John nunca sabrá lo que yo le dije y me
seguirá queriendo. Será como si nunca le hubiera dicho todo aquello. Lo quiero
tanto que no puedo perderlo por un arrebato como el que me dio esta mañana. Si
llegara a escucharlo… No puedo permitirlo. Tengo que recuperar su móvil y
borrar ese maldito mensaje con el que terminaba con él definitivamente. Por
suerte él perdió el móvil esta mañana y yo estoy a punto de recuperarlo y arreglarlo todo.
III
Este policía es idiota. Con todas
las letras. Me recuerda al hombrecillo de las gafas de sol y aspecto bobalicón de esta mañana. Lo último que hubiera pensado de él es que fuera un investigador privado. Pero
así es. Es el tipo al que había contratado mi mujer para sacar unas fotografías
y arruinarme la vida. Cuando bajé del motel para robarle la cámara me dijo que
no había usado ninguna, que se había hecho con un teléfono móvil que un incauto
había perdido en plena calle y la resolución era aún mejor. Cuando lo amenacé
se asustó como un conejillo y se llevó la mano al bolsillo para entregármelo. Entonces
se le cayó al suelo y, sin tiempo para recogerlo, un señor se agachaba con agilidad y se llevaba la prueba del delito, alejándose de nosotros a grandes zancadas. Era el dueño del motel en el que todavía me
estará esperando la chica. No me acuerdo de su nombre. El caso es que he
seguido al tipo que se había hecho con el móvil a una distancia prudente y he
acabado en una maldita comisaría.
Si el estúpido policía me da por fin el dichoso aparato podré borrar
todas y cada una de las fotografías. Mi querida mujercita no sabrá nunca de mis
escarceos. No son más que deslices insignificantes que me debo a mí mismo. La
carrera política desgasta mucho y uno necesita estimularse de vez en cuando.
Cualquiera puede entenderlo. No obstante, ella no es cualquiera y esto podría
costarme el matrimonio y el futuro político.
Yo la quiero más que a nada en el
mundo. Estar con otra mujer no cambia esa premisa general. Tenemos dos niños
maravillosos y somos la envidia de toda la comunidad. Cuando nos trasladamos a
Redwood Street nadie sabía de nosotros y fue una tarea ardua la de hacernos un
hueco entre los vecinos del barrio. Mi esposa tiene un don especial para las
relaciones sociales y yo simplemente lo aprovecho. Ella es feliz de ver que su
habilidad me reporta grandes beneficios y está encantada de favorecer así mi
carrera. No hay vecino que no me dedique su mejor sonrisa o me hable de lo
encantadora que es Suzanne. A veces me sorprende lo que puede conseguir esa
mujer que se casó conmigo sin un atisbo de duda. Por todos los santos, no puedo
perderla. Tengo que arrancarle el móvil al policía y borrar aquellas fotos
comprometedoras. ¿No me ha llamado hoy Suzanne para decirme que aún no ha llegado aquel
móvil de última generación del que yo me había encaprichado y que ella iba a
regalarme para mi cumpleaños? La pobre estaba tan afectada… Iba a ser una
sorpresa y ahora… No la merezco, la verdad. Cuando termine todo este asunto voy
a llevármela a algún buen restaurante y matarla de cariño. Pero primero tengo
que deshacerme de las dichosas fotos.
Suzanne me quiere con locura pero no
es tonta. Todo lo contrario que el investigador privado que había contratado
para que me espiara. Ella intuía que yo le estaba siendo infiel y había pagado
un dineral para que le consiguiera pruebas. No tuve que apretarle demasiado las
tuercas para que cantara. El tipo es medio retrasado. Me había seguido hasta el
motel de carretera y se había apostado cerca del Diner para sacar unas cuantas
fotografías con la modelo a la que había arrastrado desde la inauguración de la
residencia de ancianos. La chica era mona y yo estaba harto de tanta baba y
tanta sonrisa falsa. Simplemente le dije que iba a ayudarla en su carrera y
casi le faltó tiempo para meterse en el taxi y acompañarme hasta aquella
habitación. No me costó mucho descubrir que alguien estaba observándonos desde
el aparcamiento.
Lo más gracioso es que el hombre al
que mi mujer había contratado era un desastre en toda regla. Había perdido su
cámara de alta resolución y había tenido que improvisar. Le había robado el
móvil a un tipo en ropa de deporte en plena calle y había salido corriendo. El
móvil llevaba un golpe interesante pero funcionaba perfectamente, me dijo. Hacía
unas fotografías excelentes. Lástima que, atemorizado por mi presencia, el
teléfono se le había caído en el aparcamiento y él había huido justo cuando el
dueño del hostal se alejaba con el teléfono. Ese es el dueño
que recogió el teléfono y se acercó hasta esta comisaría. Seguramente el dueño
del motel necesitaba ganar puntos delante de la policía para continuar con sus
actividades clandestinas porque si no yo no me explico tanta premura y tanta
diligencia para entregar aquí el teléfono olvidado en plena calle. No aguanto
más. Voy a pedir que me lo devuelvan ahora mismo.
17:00
HORAS
Por fin se abrió la puerta del
despacho del Inspector Jefe de Policía de Easthampton. El agente Orange sabía
cuál era la tarea encomendada y cómo hacer que aquellos tres individuos
prestaran declaración. El inspector había sido muy claro: había que descubrir
qué había ocurrido con ese teléfono y por qué estaban allí aquellas tres
personas. Para esclarecer los hechos bastaba con escuchar los tres testimonios,
usar sus habilidades como funcionario de la policía y atar cabos. Él podía
hacerlo perfectamente. El agente Orange dedicó una sonrisa a su superior y
extendió esa sonrisa a toda la audiencia allí congregada: el tipo agradable, la
atractiva señorita y el impresentable de la camisa empapada. Cuando iba a disponerse a llamar a este
último para interrogarle, el teléfono móvil que llevaba en su mano derecha se
deslizó y fue a parar al suelo. La batería salió despedida y el resto aterrizó
sobre el cubo de fregona que las limpiadoras habían dejado preparado para la
limpieza vespertina. Le salpicaron unas gotas. El móvil había quedado inutilizado.
Mal asunto. El agente Orange sería expedientado pero ninguna de aquellas tres
personas que esperaban en la comisaría de policía iba a estar allí para verlo.
Tres suspiros de alivio desaparecieron de aquel lugar para siempre y se fueron
a sus respectivas casas, a vivir sus respectivas mentiras. Al fin y al cabo, el
policía a cargo de la oficina de objetos perdidos les había salvado la vida. Siguiendo con una de sus analogías, el agente de policía le comentaría esa noche a su novia que, mientras que todo el mundo acudía a la comisaría para recuperar lo que había perdido, él iba a ser el primero que había ido allí para perder algo. El agente Orange estaba hablando de su empleo.