domingo, 13 de marzo de 2022

Concurso San Valero 2022

 

¿CUÁNTOS AÑOS CREES QUE ME CAEN?

 

            Hoy es mi cumpleaños. Desde luego que no era con esto con lo que soñaba cuando apenas era un chiquillo. Aquí no hay espejos, pero si me mirara ahora mismo en uno, no reconocería mi propia imagen.

            Los chicos se han empeñado en celebrar mi cumpleaños y han organizado una fiesta, con tarta y todo. ¿Por qué es tan importante? ¿Qué quiere demostrar toda esta panda de energúmenos, vestidos con la misma indumentaria, gritando las mismas consignas, abriendo la boca y adoptando la estúpida expresión de las viñetas de las tiras cómicas del Heraldo? Ya pueden seguir vociferando, que no voy a salir a celebrarlo con ellos.

 

            Cuando yo no era más que un niño del barrio de Las Fuentes, un mozo de la ciudad de Zaragoza, un crío de capital con más acento que vocabulario, tenía mis aspiraciones, mis fantasías y mis proyecciones a puerta cerrada y luces apagadas. Sobre la blanca pantalla de mis sueños, proyectaba yo jugadas de pizarra y goles de antología en La Romareda, notas impecables y felicitaciones, golpecitos en la espalda y cumplidos durante mis años de carrera en el Paraninfo, un puesto de trabajo envidiable, una esposa de ensueño…

En aquellas cintas de VHS y aquellos DVD que mi imaginación fabricaba como churros, aparecía yo siempre con una sonrisa triunfante y una mirada abierta al mundo. Yo era delantero del mejor Zaragoza de la historia,  investigador en un laboratorio de prestigio y actor y novelista de éxito. Y siempre sonreía y estrechaba manos y repartía abrazos como el que achica balones desde la portería.

Y en esos sueños todavía no había cumplido los cuarenta.

 

           No he salido de esta estancia y no voy a hacerlo. Cuarenta años. La vida me ha plantado aquí y me acaba de despertar esta mañana con un jarro de agua fría y una alarma que no hay manera de desconectar. No entiendo cómo todo el mundo está tan excitado ahí abajo. No comprendo a qué viene tanta histeria. Cuarenta años. Yo nunca pensé que me vería así con esta edad.

            Tengo las dos manos ocupadas y se me están agarrotando. No puedo soltarlas ahora. Estoy sudando y no me encuentro demasiado bien, como si mi cuerpo quisiera decirme en su lenguaje que ya está bien, que hasta aquí hemos llegado, que todos mis huesos, mis músculos y mis nervios acaban de cumplir cuatro décadas.

 

            Recuerdo aquellos polos de los domingos, amarillos y anaranjados,  que se vendían a cinco pesetas en la heladería de la calle Don Jaime y que te duraban más de media hora. La lengua terminaba compitiendo con el papel de lija que nuestro profesor de Plástica o Pretecnología nos hacía comprar para aquellos trabajos de la escuela.

Los lengüetazos a mi polo de limón o de naranja fueron los precursores de las modernas baterías o de los cargadores de los móviles. Te sentabas en un banco de la plaza de La Seo y dejabas que la lengua se adormeciera sobre aquel trozo de hielo monocolor. Entonces, tu imaginación volaba y tus sueños te convertían en protagonista indiscutible. No necesitabas películas ni videojuegos. Te bastaba dejar que el polo se fuera consumiendo.

 

            Sin embargo, la vida vino a interponerse y desbaratar esa imagen que mi inocencia se encargaba de proyectar en mi cabeza.

 

Por eso estoy aquí, muy lejos de mis sueños, en la celda de esta prisión de Zuera, cumpliendo mi condena.

Por eso estoy aquí, con el cuchillo de la tarta en una mano y el cuello del alcaide en la otra, preguntándome cuántos años van a echarme el día de mi cuarenta cumpleaños.