lunes, 4 de abril de 2016

Sesión de cine



EL CINE

Había comprado la entrada por Internet. Era una página que había descubierto por casualidad, en una de esas tardes que nos anudamos al cuello para dejarnos mecer por el viento de la apatía y el aburrimiento. Una vez seleccionada la película ya solamente me faltaba adquirir la entrada. Me extrañó que hubiera que rellenar tantísimos campos y que todos llevaran asterisco. No tenía otra cosa que hacer. No tenía nada que ocultar. Pagué con la tarjeta y le di a la opción de confirmar la compra. Ya estaba hecho. Esa misma noche conduciría hasta el centro comercial y disfrutaría de la película. A ella le encantaban estos multicines y siempre habíamos venido aquí.
Como las otras veces, había cerrado los ojos delante de la pantalla del ordenador y pulsado al azar uno de los títulos de la cartelera. Sinceramente, me traía sin cuidado. Yo iba al cine por las palomitas, el refresco y la oscuridad salpicada de ruido envolvente. El género, el director o los actores me traían sin cuidado. Lo único que quería era olvidar que llevaba un año sin ella, que me había abandonado. La quería y aún tenía esperanzas de recuperarla. Por eso me había negado a concederle el divorcio.

Cuando retiré la entrada de una de las máquinas del vestíbulo, pude leer la hora de la sesión, la sala y el asiento. Ni rastro del título. La película estaba a punto de empezar, así que no tuve tiempo de pensar sobre ello. No había cola en los mostradores de refrescos y palomitas. Cargado con mi cubo de palomitas de maíz con mantequilla, mi vaso de coca cola cero, mi pajita y mi entrada, me acerqué hasta el muchacho que franqueaba el acceso a las salas de cine. No se limitó a indicarme la dirección de la sala y rasgar la entrada, como otras veces. Abandonó su puesto y me acompañó hasta el extremo de aquel pasillo de moqueta roja sembrado de cartones de publicidad. Abrió la puerta de la sala trece con una llave y me indicó que accediera a aquel cuarto. Allí no había nadie.

Se trataba de una habitación, una especie de sala de estar, con mesita baja, sofá y sillones con cojines a juego. Había una mesa más alta, de madera de roble, junto a una pared lateral. Aquel mobiliario me resultaba tan familiar… Sobre la mesita baja, un cenicero de mármol blanco y una fotografía con marco de plata, vuelta hacia la pantalla. Sobre ella, empezó a proyectarse la película. No pude pensar en nada más. No pude probar las palomitas ni el refresco.

La película está a punto de acabarse. Son imágenes mías, de mi infancia, de mi familia y amigos, del noviazgo y de nuestra boda. La escena que acaba de proyectarse justo en este momento me sitúa entrando en este cine, comprando la entrada y las palomitas, dejándome guiar por el chico de la entrada. En la pantalla se proyecta ahora, en esta misma salita, una figura, de espaldas, que lleva mi chaqueta, inclinándose sobre la mesita baja y alzando la foto enmarcada. No sé qué significa, pero creo que voy a levantar esta fotografía y llevármela a los ojos. El volumen de la banda sonora de la película ha subido considerablemente. Apenas puedo escuchar mi respiración o los latidos de mi corazón, que está en modo desgarro. Vuelvo el marco y en la fotografía  aparece mi mujer, diez años más joven, abrazada a un tipo con cara de niño, vestido de acomodador. Ambos se encuentran bajo un cartel inmenso de estos multicines. El tipo de la fotografía es clavado al muchacho que me ha acompañado hasta aquí.

Cuando quiero escapar ya es demasiado tarde. Intento forzar la puerta, que está cerrada con llave, y gritar para pedir auxilio. El volumen de la maldita película es tan alto que nadie va a escucharme. Miro de reojo a la pantalla. Hay una sombra que se esconde detrás de la mesa de roble, la mesa sobre la que comíamos aquellas tardes de domingo en casa de mis suegros. La pantalla me devuelve en primer plano el brillo de  una alianza sobre la mano que sostiene un revólver. Sé que los créditos están a punto de aparecer en la pantalla, y que mi nombre va a figurar entre el reparto. Y también el de ella, aunque solamente aparezca unos instantes en toda la película y apenas se le vea parte del rostro y una mano que se mantiene firme. No parece que vaya a temblarle el pulso.

            Juraría que el disparo ha salido de la misma pantalla, como las tres letras sobre fondo negro que han puesto punto y final a esta película.