EL
CINE
Había comprado la entrada por Internet. Era una página que había
descubierto por casualidad, en una de esas tardes que nos anudamos al cuello
para dejarnos mecer por el viento de la apatía y el aburrimiento. Una vez
seleccionada la película ya solamente me faltaba adquirir la entrada. Me
extrañó que hubiera que rellenar tantísimos campos y que todos llevaran
asterisco. No tenía otra cosa que hacer. No tenía nada que ocultar. Pagué con
la tarjeta y le di a la opción de confirmar la compra. Ya estaba hecho. Esa
misma noche conduciría hasta el centro comercial y disfrutaría de la película. A
ella le encantaban estos multicines y siempre habíamos venido aquí.
Como las otras veces, había cerrado los ojos delante de la pantalla del
ordenador y pulsado al azar uno de los títulos de la cartelera. Sinceramente,
me traía sin cuidado. Yo iba al cine por las palomitas, el refresco y la
oscuridad salpicada de ruido envolvente. El género, el director o los actores
me traían sin cuidado. Lo único que quería era olvidar que llevaba un año sin
ella, que me había abandonado. La quería y aún tenía esperanzas de recuperarla.
Por eso me había negado a concederle el divorcio.
Cuando retiré la entrada de una de las máquinas del vestíbulo, pude leer
la hora de la sesión, la sala y el asiento. Ni rastro del título. La película
estaba a punto de empezar, así que no tuve tiempo de pensar sobre ello. No
había cola en los mostradores de refrescos y palomitas. Cargado con mi cubo de
palomitas de maíz con mantequilla, mi vaso de coca cola cero, mi pajita y mi
entrada, me acerqué hasta el muchacho que franqueaba el acceso a las salas de
cine. No se limitó a indicarme la dirección de la sala y rasgar la entrada,
como otras veces. Abandonó su puesto y me acompañó hasta el extremo de aquel
pasillo de moqueta roja sembrado de cartones de publicidad. Abrió la puerta de
la sala trece con una llave y me indicó que accediera a aquel cuarto. Allí no
había nadie.
Se trataba de una habitación, una especie de sala de estar, con mesita
baja, sofá y sillones con cojines a juego. Había una mesa más alta, de madera
de roble, junto a una pared lateral. Aquel mobiliario me resultaba tan
familiar… Sobre la mesita baja, un cenicero de mármol blanco y una fotografía
con marco de plata, vuelta hacia la pantalla. Sobre ella, empezó a proyectarse
la película. No pude pensar en nada más. No pude probar las palomitas ni el
refresco.
La película está a punto de acabarse. Son imágenes mías, de mi infancia,
de mi familia y amigos, del noviazgo y de nuestra boda. La escena que acaba de
proyectarse justo en este momento me sitúa entrando en este cine, comprando la
entrada y las palomitas, dejándome guiar por el chico de la entrada. En la
pantalla se proyecta ahora, en esta misma salita, una figura, de espaldas, que
lleva mi chaqueta, inclinándose sobre la mesita baja y alzando la foto
enmarcada. No sé qué significa, pero creo que voy a levantar esta fotografía y
llevármela a los ojos. El volumen de la banda sonora de la película ha subido
considerablemente. Apenas puedo escuchar mi respiración o los latidos de mi
corazón, que está en modo desgarro. Vuelvo el marco y en la fotografía aparece mi mujer, diez años más joven, abrazada
a un tipo con cara de niño, vestido de acomodador. Ambos se encuentran bajo un
cartel inmenso de estos multicines. El tipo de la fotografía es clavado al
muchacho que me ha acompañado hasta aquí.
Cuando quiero escapar ya es demasiado tarde. Intento forzar la puerta,
que está cerrada con llave, y gritar para pedir auxilio. El volumen de la
maldita película es tan alto que nadie va a escucharme. Miro de reojo a la
pantalla. Hay una sombra que se esconde detrás de la mesa de roble, la mesa
sobre la que comíamos aquellas tardes de domingo en casa de mis suegros. La
pantalla me devuelve en primer plano el brillo de una alianza sobre la mano que sostiene un
revólver. Sé que los créditos están a punto de aparecer en la pantalla, y que
mi nombre va a figurar entre el reparto. Y también el de ella, aunque solamente
aparezca unos instantes en toda la película y apenas se le vea parte del rostro
y una mano que se mantiene firme. No parece que vaya a temblarle el pulso.
Juraría que el disparo ha salido de
la misma pantalla, como las tres letras sobre fondo negro que han puesto punto
y final a esta película.
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