LA APUESTA
Es simple. Mi compañero de cañas y letras me dijo anoche que no iba a ser capaz.
Por eso estás leyendo este relato. El colega ha tenido la osadía de retarme, de
ponerme a prueba. No puedes decirle a un aragonés ¿A que no…? y luego esperar
que uno se quede con los brazos en blanco y las neuronas cruzadas. No, señor. Hoy
voy a superarme y nada va a distraerme. Se cree el tío que voy a rendirme pero
nada más lejos de la realidad. Soy capaz de hacerlo y voy a demostrárselo a él
y a ti también, por supuesto. Cuando termines de leer me vas a dar la razón. Estoy convencido. A mí nadie me dice lo que me soltó mi amigo anoche, "a que no hay...". Tengo los folios y el lapicero. No necesito más.
¿Nunca te ha pasado que te quedas
mirando la televisión y ni te enteras de lo que están echando? ¿O que te pones
a cotillear en las redes sociales y se te pasan las horas? La vida es lo que te
sucede mientras le das a “Me gusta” en Facebook. Ahora tengo el móvil apagado y
escribo en un trozo de papel. No hay televisión ni radio y no me funciona la
red. Cuando suelto esta frase siempre me imagino a Spiderman en algún apuro.
Eso es bueno. Solo necesito mi
imaginación. Nada más. Aún no ha anochecido, así que no me hace falta
encender una lámpara para escribir. Hay un silencio maravilloso aquí dentro. He
desconectado hasta la nevera, para no escuchar un solo ruido. No creo que a la
tarrina de margarina a la que le doy un par de tostadas de vida, o que al bote de
ketchup del revés que siempre se vence cuando abro el frigorífico porque ya no
pesa, o que a la mitad del limón amarillo terroso les vaya a importar si desenchufo el aparato. Las
persianas están bajadas porque la luz me molesta después de la nochecita de ayer. Solo tengo subida la persiana de mi cuarto.
Hoy me he propuesto llevarlo a cabo
y dentro de una hora lo habré conseguido. Bueno soy yo. Cuando se me mete algo
en la cabeza… O cuando me tientan… Mi amigo el escritor decía que era
imposible, que no iba a conseguirlo, que ni lo intentara… El reto era doble
pero yo podía con eso y con más. Con la emoción se me ha caído media magdalena
al suelo y he estado a punto de tirar el café. Menos mal que la bella Easo
estaba tan dura que no ha soltado ni una sola miga y el suelo ha quedado igual
de limpio. El café está tan aguado que si se hubiera derramado no hubiera hecho
sino aclarar el piso. Creo que estoy exagerando más de la cuenta. Pero eso está
bien. Si algo va a ayudarme a cumplir la apuesta es abandonarme a los recursos
de la fantasía.
Me duele un poco la cabeza. Anoche
salí con mi amigo y bebimos demasiado. En aquel bar pedimos algo más que la cuenta. Lo mejor fue la frase que le
solté a la camarera. ¿Qué te pongo? Me pones malo, preciosa, creo que le
respondí. Fue justo después de contestarle a mi colega, que quería saber si la
cerveza que me había pedido merecía la pena, y me había lanzado la pregunta "¿está buena?". Era la sexta cerveza de la noche y fue la última y recuerdo lo que le contesté, mirando a la chica de la barra, que buena no, lo siguiente, pero que el número de teléfono de esa
preciosidad me pertenecía. Reconozco que yo ya estaba para cerrar la noche y que no me esperaba que mi amigo me saliera con aquello. Por supuesto que acepté la apuesta enseguida.
El caso es que la cerveza era horrible y me tomé unas cuantas. Ayer pagué las cañas y hoy estoy pagando una resaca de manual. Me parece que todo me da vueltas. Como ese ventilador de los chinos que no sirve más que para hacerle la raya a las pelusas. En cuanto encuentre un momento lo bajo al contenedor y lo licencio. Es tremendo lo que se acumula en una casa hasta que nos decidimos a hacer limpieza. Todos tenemos un Diógenes en nuestro interior al que de vez en cuando hay que amordazar y meter bajo tierra. Creo que el ordenador le va hacer compañía al ventilador. Por eso he preferido escribir esto con lápiz y papel. Eso me recuerda que tengo que explicar lo del doble reto.
El caso es que la cerveza era horrible y me tomé unas cuantas. Ayer pagué las cañas y hoy estoy pagando una resaca de manual. Me parece que todo me da vueltas. Como ese ventilador de los chinos que no sirve más que para hacerle la raya a las pelusas. En cuanto encuentre un momento lo bajo al contenedor y lo licencio. Es tremendo lo que se acumula en una casa hasta que nos decidimos a hacer limpieza. Todos tenemos un Diógenes en nuestro interior al que de vez en cuando hay que amordazar y meter bajo tierra. Creo que el ordenador le va hacer compañía al ventilador. Por eso he preferido escribir esto con lápiz y papel. Eso me recuerda que tengo que explicar lo del doble reto.
Estábamos en el bar mi amigo y yo,
los dos únicos tipos que se ponen a hablar de lo último que han escrito y a
teorizar y a soñar con premios y ediciones cuando alrededor no hay más que
música a toda potencia y hermosas mujeres y cazadores de presas. Acababa yo de
regresar del baño. En el servicio había papel en todas partes menos en el rollo donde se debía
usar. La puerta tenía una cicatriz que cruzaba la hoja y al pestillo le faltaba
el cilindro para cerrar por dentro. Siempre te queda la opción de estirar la
pierna y bloquear así la entrada. Por si acaso. No había manera de que saliera
agua caliente y el agua fría estaba congelada. Cuando volví de los lavabos, mi recorrido desde los servicios
hasta la barra no tuvo nada que envidiar a la curva más peligrosa del circuito
de Mónaco. Lo triste es que el bar es un largo pasillo que va en línea recta desde la entrada a los lavabos. Pero a esas alturas llevaba ya cinco cervezas y se me habían
bajado a los bolsillos y subido a la cabeza. Mi amigo no iba a dejarme dinero
porque lo único que llevaba suelto era al perro. Eso quería decir que solamente podía
pagar una última ronda y despedirme. Sin embargo, allí empezó la conversación
que me ha llevado hoy a pelearme con el malestar, el sueño y la sequedad de
boca y me ha puesto delante de estos folios.
He tenido que salir al rellano porque
una vecina se ha vuelto a dejar la puerta abierta y toda la comunidad nos conocemos a la perfección el
menú que la buena mujer cocina durante la semana. Ayer tocó cocido. Lo malo es
que está muy sorda y no hay manera de conseguir que cierre la maldita puerta.
Una sorda en el edificio garantiza al menos dos afónicos por planta. Eso me
dijo una vez una amiga. Lo cierto es que la vecina, que cocina muy bien y cuyo
cocido huele que alimenta, está más sorda que una tapia. En realidad, he visto
tapias más predispuestas a escuchar que mi vecina. Este edificio esconde
auténticas joyas de la humanidad. Un día tengo que espiar un poco y sacar
material para una novela o un documental de esos que dan por la tele. Por
cierto, la tele sigue apagada y el ordenador sin batería. El móvil en silencio
y escondido en el salón. ¿Qué no iba a ser capaz de superar este reto? Mi amigo
el escritor está a punto de perder una cena con copa y puro. Miro ahora el
reloj y queda menos de un cuarto de hora. Esto está casi hecho. El reloj avanza
inexorable y voy a conseguirlo.
Está bien. Voy a revelar en qué
consistía la apuesta. Quedan diez minutos y mi Viceroy nunca me engaña. Aunque
yo creo que retrasa. Viendo el reloj me acuerdo del relato del concurso que
ganó mi amigo. Por eso se atrevió ayer a retarme y, cuando volví del baño, me
soltó de repente que no iba a ser capaz de escribir un relato tan bueno como el
suyo. No, no iba a ser un relato convencional. No tenía que elegir una
categoría o un tema ni describir una situación o unos personajes. Mi amigo me
retaba a escribir un relato muy particular, diferente a todo lo que yo había
escrito antes. Yo no veía la manera de hacer semejante estupidez pero entonces
me dijo aquello de ¿a qué no eres capaz de…? En ese momento me aposté esa cena,
apuré la última cerveza, pedí la cuenta y el número de teléfono a la camarera y
me fui a mi casa. Solo me llegó la cuenta. Regresé a casa y me acosté. He
dormido como un tronco y ya estoy poniendo punto y final al relato.
Que casi se me olvida mencionarlo…
El reto consistía en lo siguiente. Uno: escribir sin recurrir a las nuevas
tecnologías. Vamos, en papel, que a veces mi amigo es un poco cursi. Dos: debía escribir una historia cuyo único objetivo fuera mantener la intriga.
Ni crimen por resolver, ni experiencia que analizar, ni recuerdo que desmigar o aventura a la que asomarse. Sin comienzo, nudo y
desenlace. Nada. Mi amigo quería solamente que los lectores quedaran enganchados, que se preguntaran algo desde el principio y buscaran sin descanso la respuesta. Y que al final descubrieran que el relato no era más que la demostración de aquel desafío. No necesitas un gran tema o una increíble historia. Esa era la parte más difícil. Me parece que te estoy viendo la cara y, no sé, que hayas llegado a este párrafo ya lo dice todo.
Tengo que hablar con mi amigo y decirle que vaya ahorrando para el
sábado. Y que nada de tirar de menú. Y espero que la vecina no haga cocido esa
tarde, que no quiero llegar sin hambre.
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