domingo, 1 de marzo de 2015

¿A que no eres capaz de...?



LA APUESTA

            Es simple. Mi compañero de cañas y letras me dijo anoche que no iba a ser capaz. Por eso estás leyendo este relato. El colega ha tenido la osadía de retarme, de ponerme a prueba. No puedes decirle a un aragonés ¿A que no…? y luego esperar que uno se quede con los brazos en blanco y las neuronas cruzadas. No, señor. Hoy voy a superarme y nada va a distraerme. Se cree el tío que voy a rendirme pero nada más lejos de la realidad. Soy capaz de hacerlo y voy a demostrárselo a él y a ti también, por supuesto. Cuando termines de leer me vas a dar la razón. Estoy convencido. A mí nadie me dice lo que me soltó mi amigo anoche, "a que no hay...". Tengo los folios y el lapicero. No necesito más.
            ¿Nunca te ha pasado que te quedas mirando la televisión y ni te enteras de lo que están echando? ¿O que te pones a cotillear en las redes sociales y se te pasan las horas? La vida es lo que te sucede mientras le das a “Me gusta” en Facebook. Ahora tengo el móvil apagado y escribo en un trozo de papel. No hay televisión ni radio y no me funciona la red. Cuando suelto esta frase siempre me imagino a Spiderman en algún apuro. Eso es bueno. Solo necesito mi  imaginación. Nada más. Aún no ha anochecido, así que no me hace falta encender una lámpara para escribir. Hay un silencio maravilloso aquí dentro. He desconectado hasta la nevera, para no escuchar un solo ruido. No creo que a la tarrina de margarina a la que le doy un par de tostadas de vida, o que al bote de ketchup del revés que siempre se vence cuando abro el frigorífico porque ya no pesa, o que a la mitad del limón amarillo terroso les vaya a importar si desenchufo el aparato. Las persianas están bajadas porque la luz me molesta después de la nochecita de ayer. Solo tengo subida la persiana de mi cuarto.
           
            Hoy me he propuesto llevarlo a cabo y dentro de una hora lo habré conseguido. Bueno soy yo. Cuando se me mete algo en la cabeza… O cuando me tientan… Mi amigo el escritor decía que era imposible, que no iba a conseguirlo, que ni lo intentara… El reto era doble pero yo podía con eso y con más. Con la emoción se me ha caído media magdalena al suelo y he estado a punto de tirar el café. Menos mal que la bella Easo estaba tan dura que no ha soltado ni una sola miga y el suelo ha quedado igual de limpio. El café está tan aguado que si se hubiera derramado no hubiera hecho sino aclarar el piso. Creo que estoy exagerando más de la cuenta. Pero eso está bien. Si algo va a ayudarme a cumplir la apuesta es abandonarme a los recursos de la fantasía.

            Me duele un poco la cabeza. Anoche salí con mi amigo y bebimos demasiado. En aquel bar pedimos algo más que la cuenta. Lo mejor fue la frase que le solté a la camarera. ¿Qué te pongo? Me pones malo, preciosa, creo que le respondí. Fue justo después de contestarle a mi colega, que quería saber si la cerveza que me había pedido merecía la pena, y me había lanzado la pregunta "¿está buena?". Era la sexta cerveza de la noche y fue la última y recuerdo lo que le contesté, mirando a la chica de la barra, que buena no, lo siguiente, pero que el número de teléfono de esa preciosidad me pertenecía. Reconozco que yo ya estaba para cerrar la noche y que no me esperaba que mi amigo me saliera con aquello. Por supuesto que acepté la apuesta enseguida.
El caso es que la cerveza era horrible y me tomé unas cuantas. Ayer pagué las cañas y hoy estoy pagando una resaca de manual. Me parece que todo me da vueltas. Como ese ventilador de los chinos que no sirve más que para hacerle la raya a las pelusas. En cuanto encuentre un momento lo bajo al contenedor y lo licencio. Es tremendo lo que se acumula en una casa hasta que nos decidimos a hacer limpieza. Todos tenemos un Diógenes en nuestro interior al que de vez en cuando hay que amordazar y meter bajo tierra. Creo que el ordenador le va hacer compañía al ventilador. Por eso he preferido escribir esto con lápiz y papel. Eso me recuerda que tengo que explicar lo del doble reto.

            Estábamos en el bar mi amigo y yo, los dos únicos tipos que se ponen a hablar de lo último que han escrito y a teorizar y a soñar con premios y ediciones cuando alrededor no hay más que música a toda potencia y hermosas mujeres y cazadores de presas. Acababa yo de regresar del baño.  En el servicio había papel en todas partes menos en el rollo donde se debía usar. La puerta tenía una cicatriz que cruzaba la hoja y al pestillo le faltaba el cilindro para cerrar por dentro. Siempre te queda la opción de estirar la pierna y bloquear así la entrada. Por si acaso. No había manera de que saliera agua caliente y el agua fría estaba congelada. Cuando volví de los lavabos, mi recorrido desde los servicios hasta la barra no tuvo nada que envidiar a la curva más peligrosa del circuito de Mónaco. Lo triste es que el bar es un largo pasillo que va en línea recta desde la entrada a los lavabos. Pero a esas alturas llevaba ya cinco cervezas y se me habían bajado a los bolsillos y subido a la cabeza. Mi amigo no iba a dejarme dinero porque lo único que llevaba suelto era al perro. Eso quería decir que solamente podía pagar una última ronda y despedirme. Sin embargo, allí empezó la conversación que me ha llevado hoy a pelearme con el malestar, el sueño y la sequedad de boca y me ha puesto delante de estos folios.

            He tenido que salir al rellano porque una vecina se ha vuelto a dejar la puerta abierta y toda la comunidad nos conocemos a la perfección el menú que la buena mujer cocina durante la semana. Ayer tocó cocido. Lo malo es que está muy sorda y no hay manera de conseguir que cierre la maldita puerta. Una sorda en el edificio garantiza al menos dos afónicos por planta. Eso me dijo una vez una amiga. Lo cierto es que la vecina, que cocina muy bien y cuyo cocido huele que alimenta, está más sorda que una tapia. En realidad, he visto tapias más predispuestas a escuchar que mi vecina. Este edificio esconde auténticas joyas de la humanidad. Un día tengo que espiar un poco y sacar material para una novela o un documental de esos que dan por la tele. Por cierto, la tele sigue apagada y el ordenador sin batería. El móvil en silencio y escondido en el salón. ¿Qué no iba a ser capaz de superar este reto? Mi amigo el escritor está a punto de perder una cena con copa y puro. Miro ahora el reloj y queda menos de un cuarto de hora. Esto está casi hecho. El reloj avanza inexorable y voy a conseguirlo.

            Está bien. Voy a revelar en qué consistía la apuesta. Quedan diez minutos y mi Viceroy nunca me engaña. Aunque yo creo que retrasa. Viendo el reloj me acuerdo del relato del concurso que ganó mi amigo. Por eso se atrevió ayer a retarme y, cuando volví del baño, me soltó de repente que no iba a ser capaz de escribir un relato tan bueno como el suyo. No, no iba a ser un relato convencional. No tenía que elegir una categoría o un tema ni describir una situación o unos personajes. Mi amigo me retaba a escribir un relato muy particular, diferente a todo lo que yo había escrito antes. Yo no veía la manera de hacer semejante estupidez pero entonces me dijo aquello de ¿a qué no eres capaz de…? En ese momento me aposté esa cena, apuré la última cerveza, pedí la cuenta y el número de teléfono a la camarera y me fui a mi casa. Solo me llegó la cuenta. Regresé a casa y me acosté. He dormido como un tronco y ya estoy poniendo punto y final al relato.
           
            Que casi se me olvida mencionarlo… El reto consistía en lo siguiente. Uno: escribir sin recurrir a las nuevas tecnologías. Vamos, en papel, que a veces mi amigo es un poco cursi. Dos: debía escribir una historia cuyo único objetivo fuera mantener la intriga. Ni crimen por resolver, ni experiencia que analizar, ni recuerdo que desmigar o aventura a la que asomarse. Sin comienzo, nudo y desenlace. Nada. Mi amigo quería solamente que los lectores quedaran enganchados, que se preguntaran algo desde el principio y buscaran sin descanso la respuesta. Y que al final descubrieran que el relato no era más que la demostración de aquel desafío. No necesitas un gran tema o una increíble historia. Esa era la parte más difícil. Me parece que te estoy viendo la cara y, no sé, que hayas llegado a este párrafo ya lo dice todo.

Tengo que hablar con mi amigo y decirle que vaya ahorrando para el sábado. Y que nada de tirar de menú. Y espero que la vecina no haga cocido esa tarde, que no quiero llegar sin hambre.
           

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