EL EDITOR NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA
Estoy en mi habitación. El ordenador está encendido y el móvil tirado en el suelo, con la batería en un rincón del cuarto y el resto en mitad del pasillo. Es tarde, pero no pienso irme a la cama. No antes de...
Soy escritor (eso es lo que dice mi perfil de twuiter) y he publicado un par de novelas. Aquí están, junto a la mesa del salón, junto al periódico que compré por el suplemento y el suplemento que nunca leí. Yo pensaba que estas dos novelas significaban algo. Por lo visto no. Al ordenador le queda poca batería y no pienso levantarme a por el cargador. Voy a centrarme y acabar esta historia de una vez. O más bien empezarla.
Es simple. He creado un blog y ahora tengo que escribir un relato cada semana. Quiero empezar esta noche. Bueno, mejor me explico. La última novela que escribí no se la pudo terminar ni el corrector de estilo que contrató la editorial. Justo antes de editar mi novela llamó al telefonillo y me dijo que era superior a sus fuerzas, que lo había intentado, que lo sentía mucho y me apreciaba de veras, que me consideraba una persona excepcional y un gran comunicador, que tenía el coche en doble fila y que, sí, sí, que ya lo sacaba de ahí, que no había que ponerse así, qué poca paciencia, coño...
Al día siguiente el editor me dijo que se acabó. La novela tenía la obligación moral de publicarla y no iba a dar marcha atrás ahora, pero que me iba a pedir algo a cambio. Yo sabía que me esperaba un vino, una tapa y una conversación ortográfica. Es como llamo yo a esa charlita en la que el editor pone los puntos sobre las íes. A la RAE le costó unas cuantas décadas colocar el puntito encima de la "i" latina. A mi editor, sin embargo, no le llevó más de cinco minutos de charla.
Así que esta es la situación: o me esmero en dedicarme al relato corto, consigo más de cinco mil visitas en los próximos dos años y unas cuantas historias de calidad, bien escritas, con un giro final inesperado y una estructura nada compleja o...
Ahí quedó la frase. En ese momento el camarero trajo el vino y el editor se entretuvo en ponerlos a ambos a caer de un burro. El vino no iba a contestarle pero el camarero reaccionó de malas maneras. El editor lo envió a la cocina (lo mandó a freír espárragos) y le aconsejó dedicarse a otra rama del sector servicios (lo mandó a hacer puñetas). Salimos del bar entre gritos e insultos y yo me dirigí a mi casa, rumiando mis opciones literarias.
Y aquí estoy. Llevo más de media hora delante de una página que reza "nueva entrada". En el móvil tengo quince llamadas perdidas del editor y varios mensajes que no pienso leer. ¿Cómo quiere que alcance esa animalada de visitas y ese número de relatos sorprendentes si no para de acribillarme a mensajes de WhatsApp?
Estoy perdiendo la paciencia. Si me lo encontrara delante ahora mismo no podría contenerme y le diría mil lindezas. Eso sí, con una buena introducción, unas frases ensambladas formando un cuerpo de recriminaciones bien justificadas y con un final aderezado con frases tajantes e incontestables. Un momento... No es por nada pero creo que tengo mi relato. El primero del blog. A lo mejor, hasta se lo dedico...
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