Yo no creo en casualidades ni coincidencias. Las cosas suceden por algún
motivo y no está en nuestras manos evitar que pase lo que tenga que pasar. La
media sonrisa de la enfermera, por ejemplo, va a conseguir que acabe pidiéndole
el teléfono. Así de simple. Si nadie arregla el balcón de una de las
habitaciones del ala este del edificio un día de estos, algún enfermo o
trabajador de este recinto será portada
del periódico local y la tragedia ocupará al menos varias páginas durante una
semana. Si el niño que tengo a mi derecha no deja el móvil tendrá serios
problemas para rendir mejor en los estudios. Y si no hubiera sido yo el que desenterró este tesoro, el libro y todas sus historias habrían
acabado en un contenedor de papel. Y mi vida no habría sido la misma. Es así de
sencillo.
Estoy en un hospital de veteranos en un pueblo perdido del oeste de
Massachusetts, en una salita de espera, sentado entre familiares y voluntarios
que han venido a hacer compañía a miembros del ejército de los Estados Unidos
ingresados en hospitales militares. Hoy es Memorial Day y muchas familias
visitan lugares como este. En realidad, yo no conozco aquí a nadie ni trabajo
como voluntario ni nada parecido. Yo estoy aquí por una razón. Y para hablar de
ese motivo he de remontarme al último día de este mes de abril. Empezaré por el
principio.
Mi nombre es Óscar Cajeáis. Soy un profesor visitante en Massachusetts y
doy clase de español en un distrito del oeste del estado. Este es mi primer año
y, como todos los españoles que participamos de este programa, estoy dando
clases en un instituto americano durante al menos un curso escolar. Soy de una
ciudad pequeña del norte de España y hasta hace unos días pensaba que era el
único de mi tierra que se había embarcado en
esta experiencia americana y que nadie en mi ciudad podría comprender
mis sentimientos y mis impresiones de esta aventura transoceánica.
El último día de abril estaba yo cerca de las pistas de béisbol del
colegio, dando un paseo después de un día agotador de clases. Muchos profesores
ya se habían ido a sus casas y los autobuses amarillos habían desaparecido
mucho antes. No había prácticas ni partidos en las instalaciones del high
school, así que no había un alma por allí. Me decidí a descalzarme y pisar
aquella hierba perfecta para el deporte. Entonces, uno de los dedos de mi pie
se quedó enganchado a una especie de tira de color rojo que sobresalía. Después
de jurar en arameo con acento español y deje americano, tiré de aquella cinta
colorada y observé que estaba enganchada a una especie de piqueta o clavo. Tiré
de aquello y salió una caja hortera con un montón de pegatinas y una cerradura
que no me costó forzar en absoluto.
Era un Year Book de hacía unos diez años. Pertenecía a un tal Mr. De
Meers. Tenía un montón de dedicatorias y, gracias a ellas, pude descubrir
muchas cosas sorprendentes. Profesores y resto del personal le agradecían su
simpatía y su arrojo al embarcarse en su aventura en Estados Unidos. Algún
alumno le recordaba lo que le gustaban las historias que él contaba de Huesca,
precisamente la ciudad de la que provengo. Había sido profesor de español y
muchas de las palabras estaban escritas en mi lengua natal. Por lo visto, había
estado dando clases en el Midle School y había dejado huella en los chavales.
Sin embargo, lo más sorprendente es que, dentro del libro había una nota en la
que anunciaba su intención de conseguir la
Green Card y quedarse allí para siempre.
Tenía que investigar sobre este paisano y lo primero era ver qué podía averiguar
en la Secretaría.
A la mañana siguiente hablé con una de las de la Oficina y le pregunté por
Mr. De Meers. Lu me dijo que hacía muchos años que había estado allí pero que
se había marchado porque se le ocurrió alistarse en el ejército. ¿Americano? Sí,
ni más ni menos. Por lo visto había estado esperando a que fuera ciudadano con
pleno derecho para enrolarse. No era tan extraño, apostillaba Maureen, la otra
chica de la Oficina. Bueno,
de acuerdo, pero entonces, ¿no hay nada sobre él, ningún informe o una
dirección…? A mí me apetecía profundizar en el asunto. Iba a cumplir mi primer
año en el Distrito y haber descubierto que otro oscense había vivido la misma
experiencia me había impresionado. ¿Cómo sería compartir esos recuerdos con
aquel profesor que se había mimetizado con la cultura americana de aquella
manera? ¿Cómo habrían sido sus primeros días en el país, sus gestiones, sus
papeles, sus citas? Las dos mujeres de la oficina ya no me escuchaban porque me
habían arrebatado el Year Book y estaban señalando fotos y haciendo
comentarios, soltando carcajadas y trayendo recuerdos de hacía una década.
Cuando me estaba dando la vuelta me
llamaron y me dijeron que en la parte de atrás del Year Book había un sobre con
algo dentro. Me hice con él y les dejé el libro para que siguieran disfrutando
de su baño de espuma de recuerdos. Iban a estar ocupadas durante semanas.
La enfermera sigue sonriéndome y yo
tengo ya preparadas las palabras para que le sea imposible negarse a darme su
número. Nunca dejo una conversación con una mujer guapa a la improvisación.
Planifico perfectamente todo, como las Lesson Plans. Eso lo he aprendido en
este país, como tantas otras cosas. Me pregunto si ahora, cuando por fin vea a
Mr. De Meers, él será enteramente americano y habrá olvidado sus raíces. Me
pregunto, mientras la guapa enfermera me indica que entre al fin en la
habitación y yo le deslizo mis frases ensayadas, me pregunto, entonces, si el
hombre con el que voy a entrevistarme tendrá todavía acento de Huesca. Porque
siguiendo la pista de aquel volumen enterrado pude dar con él, con el dueño del
Year Book, y descubrí que al fin está en un hospital militar, recuperándose de
una herida grave en Afganistán. Por lo visto, soy la primera visita que tiene y
aún no le he dicho que somos del mismo pueblo, como suele decirse.
Entro en la habitación y le saludo tímidamente. En cuanto abre la boca me
parece estar en mitad del Coso Alto, con las campanas de la Compañía de fondo y la
mujer de las castañas removiendo las brasas con su rasera. Tiene un acento
aragonés maravilloso y enseguida nos ponemos a hablar.
Cuando la enfermera viene a avisarme de que ya se ha acabado el horario
de visitas, cuando desliza un papelito en mi mano con un nombre y un número de
teléfono y cuando su sonrisa me dice adiós desde la ventanilla de la recepción
del hospital, entonces me doy cuenta de lo afortunado que soy. Mr. De Meers me
ha recordado aquella hojita que encontré en el sobre del Year Book y en la que
venían anotadas unas cuantas palabras y expresiones mezcladas en español y en
inglés. Lo que antes era un sinsentido ahora se ha convertido en el mejor
compendio de sensaciones que puede tener uno de Huesca en los Estados Unidos de
América. Con la conversación se ha descifrado el código enterrado en aquel
sobre, en aquel libro, en aquel campo de béisbol del High School.
No puedo sino paladear estos sabores que se han mezclado en la
conversación, en esta cata de momentos y experiencias con la que el bueno de
Mr. De Meers me ha deleitado esta tarde. Aquí dejo su aroma que irá ganando en
fuerza y en cuerpo con el paso de los años. Ahora sé que, cuando termine esta aventura
americana, esta tarde del Memorial Day será la mejor carta de presentación de
todos mis recuerdos. Y lo será ya para el resto de mi vida. Me estoy poniendo
sentimental. Mejor voy al grano. Reproduzco como si fueran entradas de un
diario las claves culturales de un oscense en Nueva Inglaterra. De la cita con
la enfermera (date más que appointment, tengo que decir), ya habrá
ocasión de contaros más adelante.
Segunda quincena de agosto: El
capazo o cómo hacer un “nice to see you”
Cuando llegas a Estados Unidos y conoces a alguien tienes que saludarlo y
mostrarte encantado de hacerlo. Ese es el siempre sonriente “nice to meet you”.
En Huesca, cuando conoces a alguien y te lo encuentras por la calle, es
habitual pararte en medio de donde sea, si estorbas mejor, y ponerte a hablar.
Allí se llama coger un capazo. Vas de capazos cuando de un sitio a otro de la
ciudad tienes varias de estas paradas. En Estados Unidos, cuando te paras a
hablar con alguien, lo cual es harto complicado, dado que vas a todos sitios en
coche y no es habitual ver gente caminando, haces lo que sería el equivalente a
coger un capazo: hacer un “nice to see you”.
Septiembre: “Dime cómo toses y te
diré God bless you”
La primera vez me asusté. Cuando alguien va a estornudar o necesita
toser, no se lleva la mano a la boca, como hacemos en Huesca, ya sea en formato
puño o mano tipo cuenco o bowl. En Estados Unidos lo hacen en el codo, como los
embozados del siglo XVII o los padres de Luis Mejía y Juan Tenorio en la Hostería del Laurel. Como
don Mendo y don Pero en la escena del robo con la escala en la almena para ver
a Magdalena.
Octubre: Las mil y una opciones del
menú.
Una camarera se me acercó para atenderme. Muy sonriente y muy agradable.
Con lo que cuesta decidirse por lo que vas a tomar luego llegan las múltiples
opciones de sides o acompañamientos. Creí entender algo así como super salad y
me dije: a por ello. Una ensalada enorme seguro que es deliciosa. Contesté que
sí, super salad. La camarera volvió a decirme “Soup or salad”. No sé por qué
pero al final pedí la sopa.
Noviembre: Cómo jugar al frontón y
dar los buenos días.
Nada más ver a alguien en el trabajo o cuando te toca el turno en la fila
de la caja de un supermercado viene el momento del “How are you”. Es como el
rudimentario y antiguo juego de las maquinetas: dos barras en los dos extremos
de la pantalla y una pelotita a la que golpear para evitar que toque el fondo.
Tú dices “how are you” y la otra persona responde “not bad”, “good”, “pretty
good” y entonces te manda un “how are you” que no ha de pillarte desprevenido.
Al principio contaba alguna cosa que había hecho, sobre todo tras el fin de
semana. Luego me di cuenta que con un “thank you” “me lo quitaba”.
Diciembre: El tiempo y las
condiciones climáticas.
Mis alumnos no acaban de cogerlo. Cuando tienen frío no hay problema pero
cuando me quieren decir que hace calor en el aula y se quejan con razón,
encontramos un pequeño escollo que cuesta mucho sortear. El problema es el de
siempre: el verbo “to be”, como no podía ser de otra manera. No es la primera vez
que un alumno se me acerca a la mesa de la clase y me dice “estoy muy
caliente”. Por suerte se han acabado las pesadillas.
Enero: El automóvil
Aquí tienes que coger el coche para todo. De hecho, hay actividades que
solo en este país las puedes hacer también desde el coche. Algunas se dan en
ambos sitios. En Huesca puedes pedir en un Mc Donalds desde el coche, como en
América. Sin embargo, hay otras gestiones que solo en Estados Unidos puedes
hacer sin salir del coche. Ir al cine, sacar dinero del cajero, retirar
productos de una farmacia o sacarte un cafelito. Es curioso pero en algún
estado (no precisamente sobrio) puedes sacarte una bebida alcohólica para
consumir en el interior de tu vehículo.
Febrero: El invierno está de okupa
Yo creía que, al ser de Huesca, uno era con pleno derecho un chicarrón
del Norte. ¿Frío? Por supuesto, qué te voy a contar… He descubierto el
significado de no poder estar en la calle de puro frío, de caminar entre nieve
y sobre hielo y convertir un paseo por la ciudad en una gymkhana de
supervivencia. He aprendido a usar la pala para el driveway y el rascador para
el coche. Ya nunca olvido guantes y gorro cuando salgo por la puerta. Cuando
estás bajo cero Fahrenheit durante todo un mes aprendes a valorar aquel tiempo
en el que disfrutabas del mundo exterior porque aquí los bebés aprenden antes a
patinar que a andar.
Marzo: Huso horario
Cuando en Huesca son las doce del mediodía aquí son las seis de la
mañana. Algún domingo me levantaba yo, tras salir por el tubo hasta las tantas,
a eso de las doce. Y pensar que a esa hora – a veces un poco antes– la gente se suele levantar para ir al
trabajo…
Es de locos. Aquí a las dos de la mañana se cierran los bares mientras
que en Huesca a esas horas hay gente que lo que está cerrando es la puerta de
su casa para sumergirse en la noche oscense. Aquí no hay comida con mesa y
mantel. Hay lunch variado en veinte
minutillos y mucho es. Se cena a las seis o a las siete de la tarde y no se
merienda, se pica. Los pinchos de tortilla y las bolas de patata de mis
almuerzos en Huesca se han convertido en unos cafés de mil sabores del Dunkin Donuts.
Tengo un jet lag crónico en mi aparato digestivo que no sé cómo se curará.
Abril: ¿Quién me ha robado el mes
de abril?
Tenía razón Sabina. Hemos pasado del invierno al verano de la noche a la
mañana. Cuando te acabas de quitar el gorro, los guantes, el abrigo y las botas
te das cuenta de que te apetece quitártelo todo. Lo peor no es el calor. Es la
humedad. Yo ya no distingo quién está nervioso o azorado. Aquí todo el mundo
suda sin pensar y no se puede soportar ese sol. Me quejaba yo de que el sol se
ponía a las cuatro y cuarto de la tarde en pleno invierno. En este mes de abril
el sol se ha plantado como el pobre frente a al iglesia y parece que no va a
irse nunca.
Mayo: Buscando los orígenes
Hay una verdadera obsesión en este país por buscar los ancestros,
antecesores, orígenes e historia familiar. El árbol que más abunda por toda
Nueva Inglaterra es el genealógico. Si tienes una tatarabuela italiana que
viajó a Sudamérica y, finalmente, entró en esta región de Norteamérica ya eres
feliz. Está bien eso de buscar y conocer tus orígenes. Aquí todos viven su vida
y quieren dirigir su propia precuela. En Huesca nos importa la familia, pero
con los primos del pueblo ya no necesitamos remontarnos más, a ver si nos van a
reivindicar los cuatro almendros…
Junio: La fiesta de promoción
La prom es un clásico para los
jóvenes de Estados Unidos. La verdad es que la primera vez que asistí a una,
como profesor del instituto, me sentí un poco extraño. No se sirven bebidas
alcohólicas, así que tiras de ponche o soda. Como la cena empezaba a las seis y
la juerga se terminaba a las once, no daba tiempo para lamentar no encontrar ni
siquiera una cerveza. Aunque he de decir que fue un día muy especial y los
adolescentes bailaron y disfrutaron mucho. No había ron cola ni gin tonics. Una
resaca menos.
Julio: Un año más es un año menos
Y llegó el fin de curso. A los que antes les alargabas la mano y
apretabas con más o menos fuerza, ahora te los llevas al pecho y los acomodas
un rato mientras les das una palmada en la espalda. Es el momento de decir
adiós al curso escolar y de coger ese avión que dejará la tierra de las
oportunidades y aterrizará en la tierra de toda la vida. Habrá que olvidarse
que en rojo puedes saltarte el semáforo si vas a la derecha y que el verde, a
la izquierda, significa que hay que ceder el paso si te viene un coche de
frente. A ver si la vamos a liar en una de las quinientas rotondas de la
ciudad. Y no sé yo si voy a acostumbrarme a que Huesca es ya peatonal. Tendré
que hacerme un coso y coger capazos… No sé si me acordaré.
Bien, Mariano, me ha gustado la historia. Estoy con tu tía Mercedes y al hablar de ti, te he buscado y encontrado tu blog.Buscaré el libro. Largo recorrido desde pino montano. Un abrazo de parte de Amalia y otro mío. Antonio Ortiz
ResponderEliminarBien, Mariano, me ha gustado la historia. Estoy con tu tía Mercedes y al hablar de ti, te he buscado y encontrado tu blog.Buscaré el libro. Largo recorrido desde pino montano. Un abrazo de parte de Amalia y otro mío. Antonio Ortiz
ResponderEliminarHola, Antonio. Recuerdo con mucho cariño esa etapa "sevillana" y esos ratos tan agradables con Amalia y contigo. Un fortísimo abrazo!!!
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