UN CUCURUCHO DE CASTAÑAS
I
El joven publicista apenas puede ver nada. La ciudad está escondida entre jirones de niebla, rasgada y envuelta entre una mordaza húmeda y opresiva que apenas deja espacio para respirar. Las señales no pueden leerse, los edificios se confunden unos con otros y las luces de los semáforos se difuminan como esos lacasitos sin brillo que uno encuentra tiempo después en el bolsillo de un viejo vaquero. El muchacho avanza por el Coso Bajo y descubre por primera vez que no es el único que transita por las calles de la ciudad. Es Nochebuena y casi todo el mundo se encuentra en casa, preparando la cena, ultimando detalles, recibiendo a los que están lejos. Alguna compra de última hora o alguna inquietud desconocida ha sacado de sus hogares a estos otros con los que el joven publicista y aspirante a escritor se topa en plena calle. Son las nueve y media de la noche, ya ha pasado las cuatro esquinas y está muy cerca del Teatro Olimpia.
El muchacho ha estado trabajando hasta ahora en la nueva campaña de publicidad. Tenía que estar lista para antes de las fiestas y, sinceramente, el chico cree que ha fracasado. En su mano derecha, un puñado de papeles recogen las frases con las que iba a presentar su propuesta. Ahora esos folios arrugados no parece que vayan a salvar su puesto de trabajo. Ha sacrificado tantas cosas para poder centrarse en la dichosa campaña del año que viene… Ha dejado atrás a una chica maravillosa. Ha descuidado a sus padres, viejos y olvidados como aquellas cintas de VHS con las películas de su infancia. Ha olvidado que tiene tres sobrinos, que uno juega al fútbol todos los sábados en su colegio y los otros se morirían por escuchar uno de sus cuentos. Ha estado tan obsesionado con esta campaña que su mejor amigo ha dejado de contarle sus penas y ha empezado a descargar sus frustraciones al otro lado de la barra del bar de la esquina. Lo único que le queda es su ilusión, su confianza en sí mismo y su trabajo. Quizá esta noche lo pierda todo.
En la plaza de la Inmaculada, en mitad del Coso Alto de la ciudad, cuatro paredes de madera y unas brasas conforman el hogar de la castañera. Todos los inviernos, esta señora que todo el mundo reconoce pero que nadie conoce de verdad, esta mujer que desafía el frío, la humedad y la niebla, remueve las castañas sobre las brasas. Se le acaba de terminar el papel para formar sus cucuruchos y aquel joven que camina triste como un testigo de Jehová sin compañero, como un perro sin amo, como un móvil sin carcasa, acaba de cruzarse con ella, sujetando con fiereza un puñado de folios que bien pueden servirle.
La castañera no entiende el lenguaje de la cortesía y simplemente le ha hecho un gesto con el fuelle. El muchacho lo ha comprendido enseguida. Ha tardado unos segundos en llegar a la conclusión de que sus brillantes frases, sus eslóganes y sus agudas reflexiones van a ser de mayor utilidad en las manos de aquellos devoradores de castañas. El joven publicista se ha acercado hasta la casita de madera y le ha alargado a la anciana sus papeles. La mujer ha adivinado la tristeza y frustración en aquel muchacho y le ha dicho algo que le ha salido del alma. "Consumir preferentemente antes de que se enfríen". El chico se ha quedado perplejo y la mujer ha ocultado su rostro y ha vuelto a su tarea de revolver brasas y castañas.
II
Han pasado tres horas. Algunas familias salen ahora de la Misa del Gallo y se cruzan con la juventud que sale de marcha. Nuestro joven publicista se ha pasado todo este tiempo paseando por la ciudad, visitando las Miguelas y el Transmuro, la Antigua Residencia de Niños, perdiéndose entre las calles de Huesca, camuflado entre la niebla. No ha dejado de pensar ni un momento en aquella frase de la vendedora de castañas. Consumir preferentemente antes de que se enfríen. Un momento. Es eso. Todas sus ideas, sus logos, sus frases, el trabajo de estos meses, las últimas horas sin dormir, sin descansar. Ya lo tiene. Tiene que recuperar esos papeles.
¿Cómo no lo había pensado antes? Con unas cuantas frases puede tocar el corazón de la audiencia, de los clientes, de las empresas que han patrocinado la campaña de publicidad. Y tiene que ser ahora, antes de que la gente se acomode y se duerma y se apalanque. Tiene que recuperar esas frases y darles el toque de la frase que está pintada sobre las tablas de aquella casita de madera. Tiene que ser "antes de que se enfríen".
Mientras el joven publicista corre hasta el puesto de castañas, tres personas saborean aquel fruto tierno, sabroso, crujiente. La castañera sonríe y su mirada lleva cientos de años de conocimiento. Ella posa su mirada en las tres personas que, esa noche, se han acercado a su casita de madera, buscando algo más que el alimento y el calor de las brasas. Un matrimonio mayor se ha llevado el cucurucho de castañas y ha leído cientos de veces la frase en aquel papel tibio y arrugado. Una joven, con los ojos hinchados y los labios temblorosos no deja de repetir aquella frase de su cucurucho de castañas. Tiene que ser de él. Qué tonta ha sido. No tenía que haberlo dejado escapar. Muchas veces son las princesas las que tienen que sujetar al dragón y correr en busca del jinete y su caballo. Allí están sus padres, que la han reconocido entre la niebla, justo después de observar cómo compraba su cucurucho de castañas. No ha hecho falta que la vendedora les diga a ninguno de ellos de dónde ha sacado esos folios ni cómo han llegado hasta sus manos aquellos cucuruchos con los que ha acunado sus castañas asadas.
III
Han pasado unos meses. Toda la ciudad está cubierta de carteles, pósters e imágenes de la campaña de ayuda al Tercer Mundo. Las imágenes son preciosas pero lo que todo el mundo comenta y repite y recuerda son aquellas frases, aquellos latigazos del alma, aquellos lengüetazos de cariño, aquellas caricias que arropan y confortan. Marquesinas y autobuses guiñan sus ojos a todo aquel que se pasea por la ciudad. Ya se acabaron las nieblas, los fríos y las humedades. El joven publicista no ha dejado su trabajo pero sale mucho antes y a veces consigue que los jefes le den un día para pasarlo con sus padres, para llevar a sus sobrinos al parque y contarles historias increíbles. Ella ha vuelto a conquistarlo y ahora todo el ingenio del muchacho se vuelca en los what´sapps que a ella le envía desde la oficina. Al final de la jornada los comentan entre sonrisas y bocados. Ambos recorren las calles de Huesca contaminándose el cariño sin preocuparse de niveles ni emisiones.
La vendedora de castañas se fue de la ciudad y no volverá hasta el siguiente invierno. Será en las Navidades cuando retorne a Huesca, al Coso, a la plaza y a su puesto de castañas. Tiene la dirección de aquel muchacho y lo primero que va a hacer cuando vuelva el frío será pedirle alguna de aquellas frases u otra nuevas, tan encendidas como las otras, para escribirlas en papeles con los que formar sus cucuruchos. Sus castañas asadas son como los sentimientos y ella, la castañera, solamente tiene un único consejo para sus clientes: "consumir preferentemente antes de que se enfríen".
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