COLORES
Mi mente se ha quedado en blanco. Es
curioso que utilice un color para expresar cómo me siento ahora mismo. Puestos
a reflexionar sobre mis palabras, he
dicho curioso pero debería haber utilizado otro adjetivo. ¿Irónico?,
¿paradójico? Tal vez. Mis compañeros me miran, esperando que les diga algo
sobre el niño que va a salvarnos a todos o hacer que volemos por los aires. En
mis manos tengo los expedientes de todo el alumnado del centro. Muchas hojas
han caído al suelo pero todavía sostengo aquella en la que he encontrado la
ficha del estudiante. Viene su nombre y apellidos, su dirección, las materias
que cursa y si tiene alguna información de tipo médico que el Centro deba
conocer. La tiene.
Hace una hora nos llamaron dando un
aviso de bomba en nuestro Colegio. Un hombre había entrado y se había llevado a
un alumno. Se habían encerrado en el gimnasio y nadie pudo hacer nada. El
hombre era un desequilibrado y conseguimos hablar con él por teléfono. Mi
colega, una de las secretarias del Centro, ha estado comunicándose con él. El
hombre ha empezado a verlo todo negro y, de pronto, el tipo se ha volado la
tapa de los sesos. El niño se ha quedado solo con el teléfono y nos ha descrito
el artefacto que lleva el individuo atado a su cintura. El director ha cogido
el teléfono y le ha pedido que nos diera su nombre. Es entonces cuando yo he
accedido a los expedientes de los alumnos y he dado con su ficha.
La situación se ha puesto al rojo
vivo. Ya estoy otra vez usando adjetivos que no ayudan para nada. Sobre todo
cuando todos los que estamos en el edificio, que aún no ha sido evacuado
completamente, estamos jugándonos la vida. Todos los estudiantes están ya a
salvo y prácticamente todos los profesores. El director y la jefa de estudios,
la secretaria y yo nos hemos quedado con el experto en explosivos. Solamente
nosotros y el pobre alumno que sigue atrapado en el gimnasio y que no ha sido
capaz de abrir las puertas. Siento cómo el director y la secretaria están
verdes de envidia porque ellos preferirían estar fuera de peligro, como sus
compañeros, como todos los demás. Dichosos colores, que se apoderan de mis
palabras y pintan a su antojo mis últimos pensamientos.
He dicho últimos pensamientos y esta
vez he usado la palabra exacta y el término justo. Con el expediente del pobre
muchacho entre mis manos, con mis ojos clavados en una frase del mismo y con
las últimas palabras del experto en explosivos en mis oídos, miro al director,
a la secretaria y al agente y les digo adiós con el miedo adueñándose de mi rostro.
El policía le ha dicho por teléfono al muchacho que corte el cable verde, solamente el verde, nada más que el verde, que no toque ni el rojo ni el azul ni el amarillo. Con un tono seco y cortante, frío e inequívoco, el policía le ha dicho al muchacho que cortara el cable verde, ahora, enseguida, que lo cortes ya, el verde, solamente el verde, sin más dilación, ahora, sí, ahora mismo.
El policía le ha dicho por teléfono al muchacho que corte el cable verde, solamente el verde, nada más que el verde, que no toque ni el rojo ni el azul ni el amarillo. Con un tono seco y cortante, frío e inequívoco, el policía le ha dicho al muchacho que cortara el cable verde, ahora, enseguida, que lo cortes ya, el verde, solamente el verde, sin más dilación, ahora, sí, ahora mismo.
La bomba estallará sin que yo pueda
explicarme nunca, sin que pueda comentarle al policía, al director, a la jefa de
estudios o a la otra secretaria que el alumno en cuestión es daltónico de
nacimiento.
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