VENGANZA
Está
decidido. Lo haré mañana. Es el día y el lugar perfecto. Mucha gente y mucho
ruido desviarán la atención. Sí, lo voy a hacer. Lo haré porque la sigo
queriendo y yo sé que así no va a ser feliz. No sé por qué hemos llegado hasta
aquí, no me lo explico. O quizá sí. ¿Cómo no me he dado cuenta? Éramos la
pareja ideal. Éramos. Hace tiempo ya de todo eso. Mucho tiempo.
Arrancó
nuestra historia sin mucha teatralidad. La vi, me vio, no pasó nada. Los días
se siguieron uno al otro sin que ninguno pensáramos en nada. Yo no era muy
social y pasaba horas y horas leyendo libros o viendo películas. Ella en cambio
no paraba de ir de tienda en tienda o de bar en bar, del Coso Alto al Bajo,
haciendo más disfrutar a los demás con su presencia que lo que ella misma lo
hacía. Le faltaba algo, le faltaba yo, y me encontró. Un día cualquiera en un
sitio cualquiera nos besamos. No fue ni muy apasionado ni muy soso. Fue un beso
nada más, y nada menos. Al principio parecía que la cosa quedaría allí, pero a
mí dejo de interesarme la lectura lo mismo que empezó a gustarme el aire fresco
y su compañía. Ella empezó a enamorarse de mí cuando probablemente yo ya lo
estaba hasta los huesos.
Los
siguientes meses hasta los tres años que llevamos juntos estuvieron llenos de
buenos momentos, y no lo digo por decir. Claro que hubo alguna discusión, pero
era una relación basada en la confianza y el respeto. Había ternura, había
cariño, había sinceridad. No había indicios ni hechos que me hicieran prever la
situación actual. En los últimos tiempos no me hizo sentir nada especial ni me contó
ningún problema que estuviera rondando por su cabeza. Probablemente se los
contaba a él. Supongo que ella seguía siendo la misma y tenía las mismas
necesidades que antes. Simplemente ya no las compartía sólo conmigo.
Me
gustaría saber cuándo se produce el punto de inflexión. Tiene que haber un
momento en el que dejas de creer, en el que piensas que ya no hay nada que
hacer. Imagino que antes de eso harás lo posible por evitarlo, y no dudo que
ella lo hiciera, pero yo no lo adiviné, no lo vi venir. No le culpo, no creo
que tirara la toalla sin antes haberlo intentado una y mil veces. Es más, estoy
seguro de que ella no le buscó a él, ni que tampoco él la buscaba. Surgiría de
entre la indiferencia, la impotencia y la soledad. No le busco sentido porque temo
que acabaría encontrándolo y ya no tengo humor para eso. Ya lo he decidido y lo
voy a llevar a cabo. No voy a permitir que esto siga así y mañana voy a acabar
con esto.
Necesito
una pistola. No tengo ni idea de cuánto cuesta, ni cuánto pesa ni si será difícil
de utilizar. Por suerte mi hermano es policía, está de vacaciones y mañana
madrugará como todos los años, así que no tengo que preocuparme por eso. Justo
después podré cogerla de su habitación. Antes había pensado en el veneno, o
incluso en un cuchillo, pero creo que lo más seguro y fácil de utilizar es una
pistola. Y es muy fácil de esconder cuando hay mucha gente a tu alrededor. Lo
buscaré entre la multitud y buscaré su mirada. Quiero que me vea, quiero que
sepa lo que voy a hacer antes de que lo haga, que lo vea en mis ojos. Quiero
acabar con esto de una vez y, lo siento por él, pero yo no soy el que está
saliendo con su novia.
Lo
tengo todo pensado, hace frío y tengo sueño, así que me voy a casa. Es curiosa
esta ciudad, en pleno agosto y puedes estar sudando a las doce de la noche o
echando de menos una chaqueta a las ocho de la tarde. Hoy la echo de menos y
además debería haberme cogido una chaqueta. ¿Qué pensará de mí a partir de
mañana? Yo me iré lejos y tardaré en volver a verla, si la veo. Me gustaría
despedirme de ella, pero no podré. ¿Me perdonará? No creo.
Llevo
mucho rato pensando y ya no sé ni dónde estoy. A veces andando últimamente
descubro que estoy cerca de Loreto, entre los campos de los alrededores, o en
un bar del centro tomando un café, y no sé cómo he llegado allí. Otras veces
estoy pensando en donde iré cuando todo acabe y despierto sentado en el sofá de
mi casa, con la televisión encendida y la luz apagada. ¡Ah sí!, estoy en la
plaza de la Catedral, en lo más alto. ¿Habré venido aquí para repasar lo que
hacer o para ver todo desde arriba, con perspectiva, para replantearme las
cosas? No lo sé, pero me voy a casa, tengo que descansar. Mañana todo tiene que
salir bien y no quiero estar cansado. Voy caminando hacia el Museo. Me he cruzado
con un par de estudiantes y con una señora muy bajita que me ha mirado con cara
lastimosa. Bajo la cuesta hacia el depósito y recuerdo las veces que habré
subido por allí en otra época, sin plantearme que podría llegar a la situación
en la que estoy. Pero ya no puedo más, no puedo aguantar más y el culpable
tiene que pagar por ello. Llego a mi casa, entro y paso directo a mi habitación
mirando al frente para no cruzar ninguna palabra con mi madre. Creo que ya
estoy durmiendo…
Son
las once. ¿Cómo se me ha hecho tan tarde? No sé cuánto he dormido porque no sé
qué hora era cuando llegué a casa ayer. Mi hermano ya no está así que no me
cuesta nada realizar la primera parte del plan. Ya tengo la pistola. Ahora toca
vestirse para la ocasión. Saco la ropa guardada desde el año anterior. Blanco y
verde, es fácil. Me pongo la pistola en el pantalón y aprieto bien la faja, que
no quiero tener un disgusto a mitad de camino, y salgo de casa. Tengo que darme
prisa o todo puede irse al traste.
Por
la calle todo son risas, gritos y alegría. Incluso yo estoy contento porque
todo va a acabar. Todo el miedo de los últimos días ahora es decisión. Lo tengo
todo clarísimo, no hay dudas en mi interior. Subiendo por Lizana un grupo
alborotado y algo más animado de lo normal a esas horas se están tirando litros
de vino por encima y a mí me salpican un montón de gotas. Quizá me venga bien
para disimular más tarde, y si no, me da igual. Ya estoy muy cerca de la plaza.
Aún queda tiempo con lo que puedo atravesarla para colocarme justo al fondo,
cerca de donde suelen estar él y sus amigos, pero detrás, para que no me vea
hasta que yo quiera. Ya estoy allí, todo preparado, dispuesto. Nadie me ha
saludado en todo el camino. Nadie me ha conocido. Probablemente ni yo me
reconocería ahora mismo. Estoy excitado, nervioso, exultante.
Faltan
diez minutos como mucho y no lo veo. ¿Dónde estará? ¿Por qué no ha llegado ya?
No va a venir. Se acabó. Todo este tiempo planeando y esperando el día no ha
servido para nada. No estoy triste. Casi aliviado. Era lo mejor. Me siento
afortunado. ¡Qué locura! ¿Cómo se me había ocurrido? Menos mal. Me voy antes de
que alguien me vea la pistola. Era lo mejor. Ya está aquí. Ya lo veo… y viene
con ella.
¡Con
ella! Lo que faltaba. Me dijo que estaba pasando unos días con sus padres. Otra
mentira. No me sorprende. La cosa cambia. ¿Seré capaz de hacerlo delante de
ella? ¿Cómo aguantar su mirada después de tantos años? No lo sé, pero no hay
vuelta atrás. Tengo que hacerlo, acabar de una vez. Está empezando el discurso
desde el balcón del Ayuntamiento, así que hay que darse prisa. La plaza está
abarrotada y temo que alguien note la pistola al caminar entre la gente pero
empiezo a andar. Voy hacia ellos. Tengo que llegar cuanto antes. Cuesta
avanzar. Hay mucho calor, olor a alcohol y sudor y empujones a derecha e
izquierda. En uno de estos casi se me cae la pistola y en cuanto levanto la
vista para comprobar que nadie se ha dado cuenta los veo.
Son
sus ojos, me están mirando fijamente. Siempre ha tenido los ojos preciosos pero
hoy son especialmente bonitos. Me mira sorprendida y sobre todo asustada.
¿Sabrá por qué estoy allí? No, seguro que no. Él me mira también. Se miran. Me
vuelven a mirar. Está acabando el discurso. Ella le ha soltado la mano. Sus
ojos me dicen que la perdone. ¿Yo? No entiendo nada. ¿De verdad pensaba que no
lo sabía? Sigue siendo tan inocente como siempre. ¿Me perdonará ella a mí
después de todo? El discurso ha acabado y han prendido la mecha. El cohete
anunciador sale disparado. Tengo que hacerlo. He perdido al amor de mi vida
para siempre y tengo que matar al culpable. Entre el clamor y los gritos de
júbilo se hace el silencio justo cuando saco la pistola. Ella no puede creer lo
que ve y él me mira como un cachorro perdido en el bosque. Nadie más se ha dado
cuenta. Todo el mundo está mirando al cielo. El silbido se oye cada vez más
lejos. Acabo de apuntar el cañón de mi arma cuando el sonido del cohete explota
en las alturas. ¡PUM!
Lo lei hace tiempo y es un gustazo poder releerlo.
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